Un casete de dos caras

¡Qué gran gilipollez! Eso de cambiar las cintas, los casete de toda la vida por un CD. ¿No creéis? Con lo que molaba aquello de tener que darles la vuelta. De tener que parar o dejar terminar para pasar a la otra cara. Con los CD’s solo teníamos una opción. Y el otro lado estaba vacío. Sin nada. En realidad, qué cosa tan rara, ¿no? Y lo más curioso es que nunca nadie intentó darle la vuelta. A ver qué narices había por el otro lado. El feo para abajo. Como con cualquier cosa a veces. “¡No hay quedarle más vueltas!”, nos repetimos sin descanso. ¡Pero claro que hay que dárselas! Pensar es un ejercicio respetable. Necesario, diría yo. Para querernos nos tenemos que entender, joder. Y para entendernos tenemos que saber mirar el lado bueno y el malo de las cosas que nos pasan. No se me malinterprete. Yo soy absolutamente feliz. Bueno, va… “absolutamente” quizá es too much. Pero vamos, que soy feliz. Que me caso, que estoy en proceso de convertirme en propietaria. Que tengo una familia preciosa a la que quiero, me quiere y me encanta. Que vivo en un entorno estupendo. Que trabajo en lo que me gusta y que tengo un hombre a mi vera que… ¡ay! ¡Si yo os contara! Soy periodista. Me dedico a lo que siempre soñé. Pero ¿a qué precio?

Mirad. A mi nadie me dijo que fuese a tener que luchar de esta manera. ¡Y no es una queja! Lo que vais a leer es una declaración de principios. Nadie me dijo que hubiera que pelear así. Que para ser periodista con todas las letras iba a tener que currar de ocho de la mañana a nueve y pico de la noche con solo una hora para comer de lunes a domingo. Que libraría algún finde, sí. Pero que solo me apetecería dormir. ¡Qué gracia! ¡Yo… que odiaba la siesta! Que mi escape iba a ser la cocina o una serie de Netflix y nunca quedar con amigas. Que iba a estar tan agotada como empeñada en que había que seguir luchando. “¡Joder, Elisa! ¡Llegarás!" Y otro texto más.

Nadie me lo digo, ¿sabéis? Bueno. Nadie me dijo que tendría que darme de alta en Autónomos. Que la consecuencia de eso sería (cara A) tener un curro y (cara B) no tener vacaciones. Ni un día. Porque si me quiero ir, lo tengo que dejar todo bien atadito. Aunque me paguen siete euros por artículo. Pero no se perdona ni uno. Del tema económico realmente no merece la pena hablar. El periodismo ya no es lo que era. El cuarto poder esta herido. Tiene cantidad de larvas. Bichitos que se lo comen. Y el cuasi cadáver no opone resistencia. Estupendo. En otras profesiones también hay intrusismo. Pero ¿y en esta? Pues… ¡flipas! No os digo más que esta tarde he estado buscando colaboradores para un medio en el que escribo. Quieren nutricionistas. Expertos en salud. Para que escriban, sí. Y yo siento que traiciono a los míos. A esa cantidad de niñas como yo que mueren por un huequito. Y lo siento por los nutris. De verdad que os admiro. Pero ¡qué bonito sería que hiciésemos las cosas como siempre! ¿no? Que os preguntásemos. Que nos contaseis. Que lo escribiésemos y que el mundo entero se enterase. ¡Qué bonito! Pero bueno, en fin. Que no es esto como yo lo imaginaba y por misterios de la vida sigo enamorada de las palabras. De la comunicación. Me entran escalofríos y mucho miedo de solo pensar que, por comer, algún día quizá tenga que dedicarme a otra cosa. ¡Jo! ¡Qué rabia, narices! ¿Por qué hemos dejado que pasara todo esto?

Llevo currando… no sé, la verdad. No sé cuántos días seguidos más de 10 horas al día. Y hoy he explotado. La cara B de la cinta. El cansancio, el sueño, los dolores de cabeza, la apatía, la ansiedad, comer sin parar. El “hoy no salgo” o el “qué va, tía, no puedo, estoy de guardia”. Que dejen de llamarte porque tú nunca estás. Que hayas perdido tanto el contacto con una de tus mejores amigas del cole que te enteres por terceros de que se va a casar. Que tus padres y tus hermanas ya no distingan a qué viaje fuiste con ellos o en qué comida estabas, porque ibas cargando con el ordenador, tu fiel compañero. Así lo llamas, ¿no? Todo está ahí dentro. Tu vida está ahí dentro. En la cara B hay más temazos. Hits. Pero ¿y la A?

La A son tus logros. Las veces que lloraste (como en este momento) porque alguien te dijo “gracias por lo que has escrito”. Las veces que una firma de moda que acaba de empezar te contactó: “no sabes lo que nos ayuda esto”. Las veces que hiciste una entrevista y se te erizó la piel. Las veces que tu madre lloró al verte en la pequeña pantalla. Las veces que se emocionó escuchándote repasar un texto. Y no importa si hablaba de las propiedades del aguacate. Se emocionó. Las veces que te llegaron a casa regalos de agradecimiento. Las que tu abuela te llamó y te dijo “¡qué guapa ayer en la tele!”, aunque tu te vieras el pelo como si te hubiera lamido una vaca. Literal. Las veces que paseaste por la ciudad después de hacer un artículo curradísimo y te sentiste una intrépida reportera. Como las de las pelis de Hollywood. Las veces que en una presentación de prensa alguien se te acercó y te dijo “tu eres…” y entonó tu nombre. “Te leo”, te dicen. Y entonces flotas. Las que te confiesan que han probado el producto que has recomendado. Cuando cubriste aquel accidente. Cuando te agarraste a la cláusula de conciencia que estudiaste en la universidad por no querer cubrir una manifestación que iba en contra de tus principios. Las veces que alguien vio algo bonito y te dijo: “sobre esto podrías escribir”. Y así podría seguir. La cara A es infinita. Pero las dos suenan, ojo.

Yo es que soy de casete, ya veis. Ojalá tenerlos todavía. En realidad soy tan romántica que siempre quise escribir en una Hispano Olivetti. ¡Adiuuuus! ¡Qué loca!, ¿no? Pues sí. ¿Qué le voy a hacer? Tengo mis pros y mis contras. Mi romanticismo. Mi ascepticismo. Tengo mi lucha y mi derrota. Tengo, como todos, mi cara A y mi cara B. Y las dos, las dos, suenan. Vaya que si suenan.